CIEGOS SOMOS TODOS: EMILIANO ÁLVAREZ, DOCENTE Y VETERINARIO

15.07.2004 20:31

 

CIEGOS SOMOS TODOS: EMILIANO ÁLVAREZ, DOCENTE Y VETERINARIO

Reportaje. 2004. Carta Agropecuaria, de Merial Argentina S.A., 42:8-9.

 

 

Ni bien Emiliano Álvarez perdió la posibilidad de ver tomó una decisión: en adelante enseñaría a mirar. En eso anda este Médico Veterinario, con su bastón blanco y su oído atento a los sonidos más mínimos. El de un motor, el de un plato cayendo, el de su propia conciencia que le dice que está haciendo lo debido, que debe insistir para que todos hagan lo que deberían. En eso anda.

 

a) Caminar: "En Buenos Aires no hay problema. Pero en el pueblo se hace difícil porque no hay veredas ni cordones".

b) Conectado. Álvarez teclea sin problemas y con varios dedos. Para leer, utiliza programas especiales.

 

Expliquemos.

La vida de Álvarez comenzó hace bastante más de cincuenta años en Santa Rosa, La Pampa. Transcurría su mitad cuando el hombre, Médico Veterinario recibido en la buena escuela de La Plata, fue víctima de su propia imprudencia y de la general, bien argentina, aquella imprudencia de una sociedad que no enseña a sus alumnos sobre las bondades de la prudencia. En plena fajina de campo, al atardecer, encaró una cesárea sin demasiada protección. Con los lentes descansando en el bolsillo de la camisa, hizo el tajo y un líquido espeso -que él mismo diagnostica peritoneal- le inundó los ojos desnudos. "Desgraciadamente, la vaca tenía unatuberculosis generalizada y bueno, eso me hizo---".

Perder la vista. Eso fue lo que le hizo, a mediados de los setenta. El click llegó poco tiempo después, quizás cuando al volver a su pago, General Pico, después de un corto período de rehabilitación en Buenos Aires, sus viejos clientes lo esquivaban con palmaditas en la espalda:"Emiliano, jubílate, quedate tranquilo, que vos así (nadie se animaba a decirle lo que ya sabía, que había quedado ciego) no podes ir al campo".

Desgracias hay muchas, como muchas son las veces en que las desgracias quedan en lamentos y pocas las ocasiones en que se transforman en virtud. Este es un caso de aquellos pocos. Álvarez fue capaz -y no resulta nada sencillo- de diagnosticar su propia impericia, de sobreponerse y poner manos a la obra para que a nadie más en el mundo vuelva a sucederle algo parecido. Lo logra pocas veces, la mayoría no. Es una lucha constante. Pero él ya decidió que va a luchar. Decidió que va a enseñarnos a mirar.

"Nuestra profesión (habla de los veterinarios) es de las profesiones de más alto riesgo. Para la mirada común, la idea que se tiene es que se va al campo a comer un asadito, a mirar una yerra, como en un espectáculo. Pero a mi me quedó una cosa que dice José Larralde en una de sus milongas: "Esas mañanas de carretilla dura". "¿Sabe lo que es? Son esas mañanas de cinco o seis grados bajo cero. Uno capaz que tiene que hacer tacto en el mes de mayo o junio con esa temperatura". Recuerda que el brazo verde era, en sus primeros oficios, cuando todavía distinguía los colores, todo un símbolo, todo un honor. Señal de trabajo. Pero también recuerda su primera encuesta entre colegas, laburadores del campo, realizada a fines de los 80. Un 22 % de ellos había adquirido brucelosis por poner la mano, el hombro, y todo el cuerpo en la faena. Hacían su trabajo sin guantes y sin protección, a la buena de Dios.

Y Dios acompaña, pero no siempre protege.

"Hay un hecho particular entre los veterinarios, que todavía se sigue manteniendo. Cuandotrabajan en los laboratorios usan elementos de protección, barbijo, overol, guantes... Pero cuando salen al campo, es al revés. Para hacerse el campechano, para ser más entrador, el tipo va de alpargatas, bombacha y camisa. Trabaja como el hombre de campo, y a veces peor".

Álvarez sabe que las comparaciones son odiosas, y por eso las utiliza. Atesora las imágenes que llegaban por la TV (y que no pudo ver) después del derrumbe de las Torres Gemelas. Conoce bien los trajes de bioseguridad, casi inexpugnables, que utilizaban los agentes del FBI o la CIA a la hora de buscar el terrible ántrax en las oficinas del Senado o alguna otra dependencia amenazada por la guerra bacteriológica.

"Resulta que el veterinario, cuando hace una necropsia de un carbunclo, está expuesto al mismo ántrax. Entre diciembre de 2003 y enero de este año, en la provincia de La Pampa, hubo cerca de veinte brotes de Carbunclo. Mire si es frecuente el bacilo del Carbunclo. Hubo un establecimiento al que se le murieron 120 animales, y dos veterinarios que adquirieron la enfermedad. Y hubo casos de veterinarios que han tenido pérdida de masa muscular, porque han estado haciendo las necropsias con guantes, pero arremangados". El veterinario ciego de General Pico mueve sutilmente una de sus manos sobre la mesa del bar donde lo entrevistamos, hasta dar con el pocillo de café. A poco de aprender esa habilidad, logro un puesto de ayudante en la Facultad de Veterinaria de su ciudad, donde empezó a masticar rabia por la falta de conciencia que todos sus pares muestran a la hora de emprenderla con las vacas en medio del campo. Hoy integra el Consejo Consultivo de esa casa de altos estudios y sigue indignándose. Reta tanto a los docentes como a los alumnos.

"En los presupuestos de las universidades no está incluido el tema de la prevención, es decir no se contempla el uso de equipos de protección y bioseguridad. De ahí arranca el problema: los alumnos no se acostumbran a usar esos elementos. Es un problema de hábitos. Todo elemento de protección es un accesorio que ponemos sobre nuestro cuerpo. Usar una máscara de protección facial es incómodo. Usar guantes también. Pero es tan obvio como el usar el cinturón de seguridad al manejar: es incómodo y por eso tenemos que habituarnos".

Álvarez levanta sorpresivamente la tapa de su reloj pulsera y mira la hora. Lo hace velozmente, casi más rápido de lo que uno podría tardar en descubrir dónde está cada una de las manecillas. Luego mostrará cómo utiliza Internet con el socorro de su memoria y de diversas páginas y programas especiales para ciegos. El ciego es él, pero nos confirma permanentemente que los ciegos somos todos.

Tira datos, que conoce de memoria, porque sabe que así podrá sensibilizar a los veterinarios que lean esta Carta Agropecuaria. Sabe que esa es la manera de que adopten la conducta que él no tuvo. Dice, por ejemplo, que el CDC (Center Disease Control) de los Estados Unidos detectó que el 70 % de las infecciones de brucelosis entre veterinarios se adquieren por vía de los ojos. Que la Superintendencia de Riesgos del Trabajo (SRT), por aquí, considera que dentro de las actividades agropecuarias las más riesgosas son la cría y la reproducción. También afirma que se considera riesgosa una situación que nos expone a tres veces más peligro que lo habitual. Y agrega: entre los veterinarios, en ciertas ocasiones ese riesgo crece hasta 22.000 veces. Es mucho. Por eso agradece a Merial el apoyo que le brinda para recorrer el país con su mensaje.

"¿Qué es lo que hacemos los argentinos ante las situaciones de riesgo? Como el avestruz, decirnos que no nos va a pasar y escondemos la cabeza. Con los veterinarios sucede más o menos lo mismo. Son conscientes del riesgo, pero pocos hacen algo para minimizarlo".

Con guantes y toda la protección pertinente, Álvarez pudo volver a hacer un tacto, diez, cien. Todavía de vez en cuando despunta el vicio con ayuda de sus alumnos, jóvenes en los que deposita las posibilidades de un cambio, las chances de aprender una lección que a él no leenseñaron. A ellos les dice que la preocupación por su seguridad tiene que ser una constante a lo largo de toda su vida profesional. Repite estos consejos, incansable, en diversas charlas, en diferentes puntos del país, donde haya alguien dispuesto a escucharlo. Le preguntamos a Álvarez si no extraña ver el campo. El se señala los ojos y dice que lo tiene grabado. Casi derrama una lágrima. "Lo viví, lo mamé al campo. Y sigo queriendo mi profesión. Por eso estoy aquí y hago lo que hago".

DATOS PARA EL ESPANTO

Cerca del 16 % de los veterinarios han contraído brucelosis y padecen diversas secuelas de la enfermedad debido a que se desempeñan en ambientes inseguros o trabajan con animales en forma directa sin una correcta protección. Es el resultado de una encuesta realizada por el Dr. Emiliano Álvarez y su equipo de la Cátedra de Epidemiología y Salud Pública, de la Facultad de Ciencias Veterinarias de La Pampa (Peratta, D.L.; Ferrán, A.; Larneu, E.J,; Cavagión, L.J,; García Cachau, M.).

"Hasta el presente hemos procesado 231 encuestas. De los médicos veterinarios encuestados, 35 % de ellos se dedican a la atención de pequeños animales, 42 % a grandes animales, 13 % a Producción Animal, 1% a Bromatología, y 9 % a trabajo en laboratorios, como principalactividad`, dice un informe elaborado por dicho equipo.

El resultado es alarmante, porque en ese pequeño universo "se notifican varias afecciones laborales. Las de más relevancia son; traumas (23 %), alergias (11 %), dermatitis (7 %), conjuntivitis (6 %), fracturas (4 %) y otras afecciones (7 %).

"La principal zoonosis hallada es la brucelosis (16 %), y el 3 % de los entrevistados la ha adquirido en los últimos 12 meses", añade el trabajo. En este caso, las encuestas revelan que en el 54% de los casos se desconoce cómo y en qué momento se contagiaron y que no usaban elementos de protección personal".

Claro como el agua. Preguntados al respecto, los veterinarios reconocieron que en el tacto rectal usa guantes el 70 %, lentes el 10 %, guardapolvo u overol el 52 %, y botas el 45 %. En las necropsias, en tanto, el 77 % de los casos usan guantes, 16 % lentes, 61 % delantal u overol  y 44 % botas.