En el sur de Santa Fe, las vacas y los granos se unen

27.11.2015 21:16

La familia Blúa ajustó a campo y en los negocios la agricultura y la ganadería. Su fuerte es la venta de “terneros bolitas” y la recría en verdeos invernales en lotes que luego rotan a soja y maíz.

“Combinamos la cría con la agricultura de tal manera que ambas se complementan y potencian perfectamente bien, en el campo y en la gestión, porque le volcamos el mismo esfuerzo y la misma tecnología a cada una”, contó a Clarín Rural Marcos Blúa, de Agropecuaria Blúa, una empresa familiar que en plena zona núcleo desarrolla un sistema de cría bovina intensiva (CBI), apalancado por la conversión de granos y forrajes (verdeos y pasturas)

 

Cuarta generación de ganaderos, hoy en Chañar Ladeado, al sur santafesino, los Blúa apuestan a una complementariedad entre la cría, recría, engorde y la agricultura, en una zona donde los rendimientos de soja alcanzan los 5.500 kilos por hectárea, o más, los maíces pueden superar los 12.000 kilos y cada hectárea vale 20.000 dólares.

 

En el caso de esta firma, todo ocurre en 500 hectáreas de suelos con alto potencial agrícola donde vacas, crías y vaquillonas rotan entre verdeos de invierno (avena y raigrás), pasturas de alfalfa y se consume la producción de maíz para la terminación a corral de los terneros.

 

En la ajustada combinación de pasturas se destaca un 15% de la superficie con alfalfa (77 hectáreas) y el resto está ocupado por maíz y soja. Y sobre rastrojo de los cultivos de verano se siembran los verdeos invernales.

 

Marcos Blúa sobre un lote de maíz en pleno nacimiento. Detrás, un rodeo de terneros pastoreando alfalfa.

 

 

Con este manejo, en el campo de los Blua hay índices ganaderos dignos de la eficiencia. Logran tener una carga de 500 vacas en 77 hectáreas, 96% de preñez y 90% de destete, un combo que permite producir casi 2.300 kilos de carne por hectárea ganadera. Todo, en un sistema de siembra directa que ya lleva 30 años de labranza cero.

 

Desde el año 1900, aproximadamente, la familia Blúa fue variando sus actividades productivas entre cría, recría, invernada pastoril y feedlot, con los tradicionales cultivos agrícolas de la zona, como trigo, soja y maíz, aunque actualmente sólo quedan soja y maíz de primera.

 

“¿Por qué si la agricultura puede no va a poder la ganadería?”, recuerda Marcos Blúa, que ese fue el disparador para que junto a su padre, Raúl, decidieran a fines de los ’90, dejar atrás la invernada de novillos y apostaran por una cría profesional de alto rendimiento.

 

“Hace unos veinte años, para los invernadores, la compra-venta se hizo imposible y detectamos como una debilidad que nuestra actividad dependiera de la compra de terceros porque vendíamos los novillos y teníamos que reponer la cría, perdiendo plata en el momento de esa operación”, recordó Blúa. Por otra parte, agregó que, además, el campo quedaba vacío en algún momento del año porque esa relación de precios novillo/ternero era muy negativa.

 

“Empezamos con 3,5 vacas por hectárea ganadera y hoy duplicamos esa cantidad lo que nos permite tener más terneros”, cuenta Raúl Blúa. Y añade que para ellos la vaca que no queda preñada sale del sistema y así, con esta presión de selección, alcanzaron a tener vacas de cría con hasta 16 pariciones.

 

La marcación, un manejo típico de la cría: la identificación de la ternerada.

 

 

La apuesta del sistema de cría de la firma es lograr una ganadería tan eficiente como la agricultura, con una utilización inteligente de los rastrojos. Por eso, desde que nace, el ternero tiene un seguimiento exhaustivo. Se pesa, se “caravanea” y se desparasita. Los machos se castran y todos los datos se vuelcan en una planilla. Los terneros no se encierran hasta los 180-200 días, priorizando el manejo sanitario.

 

Durante el encierre se le suministran vacunas respiratorias, clostridiales y de queratoconjuntivitis y nuevamente se desparasitan. Un plan sanitario adecuado, junto con una buena alimentación y las prácticas de manejo amigables (cuidado del animal en la manga, sombra, agua limpia y fresca) son fundamentales para mantener en buen estado a los animales.

 

“Cuando los terneros cumplen 100 días de vida –cuenta Blúa- se comienza con un “creep-feeding” en comederos automáticos en el mismo lote donde están”. Allí se les suministra un 12% de núcleo vitamínico concentrado y 88% de maíz entero, con un porcentaje de proteína de entre 15% a 18%. 

 

De esta forma se logra un promedio de aumento de peso al destete entre 0,8 a 1,1 kilos diarios.

 

Pero además, se logra un buen estado de las madres porque el ternero deja de lactar y come alimento balanceado, así como también se adapta el rumen de la cría a una dieta a base de concentrados. Cuando los terneros pesan entre 200 a 220 kilos se destetan por balanza.

 

Esto ocurre, aproximadamente, a los seis meses de vida. El promedio de la conversión de alimento en carne en el feedlot es de 4,9 kilos de alimento balanceado para producir un kilo de ternero. Y el producto final son terneros bolita (livianos para consumo interno) que tienen, en promedio, al momento de venta, 300 días de vida y un peso promedio de 330 kilos.

 

Marcos Blúa dentro de un corral de encierre con terneros en engorde.

 

 

También desarrollan el negocio de recría de compra. Adquieren terneritos de 130 kilos en mayo y lo engordan en raigrás solamente hasta octubre cuando logran los 230-240 kilos y los encierran a feedlot.

 

Otro de los aspectos al que los Blúa le dan mucha importancia es a la genética. Los toros se compran por sus índices productivos, bajo peso al nacer, alta capacidad de servicio y buenos índices de crecimiento. “No reparamos tanto en caracteres estéticos”, apuntó Marcos Blúa.

 

Las terneras también tienen trazabilidad interna. Ellas se eligen por su bajo peso al nacer -no más de 33 kilos-, que hayan tenido un crecimiento mayor a 0,90 kilos diarios al destete y que sus hermanas o hermanos anteriores no hayan pesado más de 34 kilos al momento del nacimiento. Las terneras de reposición comen alimento concentrado hasta los 230 kilos. Después pasan a las pasturas y, gracias a tratamiento nutricional diferenciado, todas alcanzan la pubertad muy temprano. 

 

“Se entoran o inseminan desde los 11 a 14 meses con un peso de 380 kilos”, contó Blúa. Funcionan especialmente bien como madres y es notable su mansedumbre.

 

 

Las reservas

 

El manejo del forraje es clave y para ello en el campo de los Blúa también hay un manejo ajustado.
Cada lote se divide en seis parcelas que se pastorean durante siete días cada una. En verano, en las pasturas más nuevas, sobra pasto. Para hacer un aprovechamiento óptimo del recurso, este remanente se transfiere al invierno en forma de heno o rollos.

 

“Estos rollos son la reserva para la salida del invierno, cuando todavía las pasturas no expresan su máximo potencial”, explicó Marcos Blúa.

 

"Cucharacha" es una sembradora al voleo para implantar avena.

 

 

De abril a septiembre, por otro lado, dependiendo de la calidad del rastrojo con avena cada hectárea puede recibir a una o dos vacas. De septiembre hasta abril siguiente, se hace el pastoreo en lotes de 40 hectáreas de pasturas de base alfalfa (la permanencia es de siete días por parcela). Esto da como resultado una carga instantánea de 40 vacas con sus crías por hectárea.

 

La cría bovina intensiva requiere de capacitación y conocimiento aplicado, pero también pasión y dedicación porque el trabajo se extiende a lo largo de los 365 días del año. Estas cualidades agro-ganaderas están en la sangre de la familia Blúa.

 

 

CLARIN