Isoca bolillera, una plaga que vino para quedarse

16.11.2012 11:25

La oruga bolillera hizo su aparición en la soja a fines de la década de 1980, se tomó un descanso entre mediados de los ‘90 y principios del siglo, pero retomó su actividad con mayor o menor incidencia a partir de mediados del primer decenio.

 

Uno de los referentes nacionales en la protección de cultivos, convocado por DuPont Agro para exponer su punto de vista y experiencia sobre la isoca bolillera, es el ingeniero agrónomo Daniel Igarzábal, director de Lider (Laboratorio de Investigación Desarrollo y Experimentación Regional, de Sinsacate, en el norte de Córdoba).

"Pareciera que ya firmó el pase definitivo y jugará hasta el final en la soja. Eso sí, a préstamo por unos meses en los cultivos de invierno para estar bien entrenada durante el verano. Está para quedarse, y según las malas lenguas, nada la va a parar, ni siquiera la soja Bt", planteó el profesional y encendió una luz de alerta.

Marcó como punto de arranque de la isoca bolillera la gran sequía de 1988, a la que se le atribuía cualquier problema que tuviera la soja. En ésa época aún no se hablaba de la siembra directa, sino que eran años "de mezclas de herbicidas, arado, rastra y escardillo".

Ese año, el entomólogo del Inta Marcos Juárez Jorge Aragón informó que se trataba de Helicoverpa gelotopoeon , "la misma que se come las bolillas del lino", por lo que se la conoce como "la bolillera".

Dicho profesional emitía informes quincenales que incluían los umbrales de daño económico de la oruga bolillera, extraídos de bibliografía de Estados Unidos. Desde entonces se conserva el ampliamente difundido umbral de "tres por metro lineal".

Nuevos tiempos. La agricultura avanzó notablemente en el último cuarto de siglo en cuestiones como la siembra directa, el acortamiento de la distancia entre surcos, los cambios de variedades, los rastrojos, los grupos de madurez y el cambio climático.

Al iniciarse la siembra directa, la bolillera prácticamente desapareció de los lotes de soja, indicó Igarzábal, pero en la campaña 2003/2004 tuvo una nueva "arremetida".

La isoca bolillera pasó de ser un insecto de baja incidencia en el cultivo a una plaga principal. "Algunos aseguran que también contribuyó la práctica del chorrito de insecticida con los herbicidas al barbecho y en la emergencia del cultivo", dice Igarzábal.

Lo cierto es que hoy ya se la puede considerar un problema para el cultivo de soja, que se va agravando con las siembras invernales de lenteja, garbanzo, poroto mung, y otras plantas que le sirven de hospederos arrancadores antes del cultivo estrella.

Niveles de tolerancia. Los daños varían de acuerdo con cada etapa del cultivo y el ambiente, ya que plantas con estrés hídrico sufren mucho más severamente que las plantas bien hidratadas.

Además, los daños de altas poblaciones son más importantes en grupos de madurez cortos que en ciclos largos. De todos modos hay factores comunes que caben a todas las situaciones.

En las primeras etapas del cultivo se alimenta casi exclusivamente de brotes. Así rompe la dominancia y las plantas responden emitiendo brotes laterales, que -según estudios fisiológicos- ya no tienen la productividad de la principal. Además, si la planta se recupera y esas ramas cargaran, pueden caer y cortarse por el peso, al ser la inserción más débil.

Hay referencias medidas que aseguran pérdidas superiores a los mil kilos, sólo por daños efectuados por este insecto en la etapa vegetativa inicial.

El tratamiento adecuado. Según Igarzábal, las estrategias de manejo con insecticidas también deben variar de acuerdo al estado del cultivo y al comportamiento de la plaga.

Explicó que las larvas pequeñas se encuentran en los folíolos plegados y es sumamente difícil actuar con insecticidas de contacto sobre las orugas. Sólo una pequeña parte de la población que se desplaza de un brote ya dañado a otro sano puede ser afectada. La gran mayoría muere por efectos de ingestión. Por ello se debe asegurar que la cantidad de activo sea la correcta para producir efectos de ingestión (normalmente dosis mayores a las de contacto) y asegurar que la materia activa esté homogéneamente distribuida mediante el uso de buenos coadyuvantes.

Cuando se efectúa un tratamiento, las hojas tratadas mantienen su capacidad de controlar a las orugas, pero las hojas nuevas no tienen producto. Justamente allí es donde prefieren oviponer y hacer daño.

La Voz del Interior